Cómo me convertí a la fe de las lechuzas
«Una vez más, Erne, discúlpame por no haberte escrito en tanto tiempo. Sabes que eres muy importante para mí y que lo has sido en exceso estos últimos meses. Fueron semanas muy extrañas, llenas de emociones que todavía me desmoronan o me levantan. No he sido más que un trapo que se mueve con magia. ¿Te imaginas, Erne, un pequeño mago escondido en mi médula espinal, tan vivo como las luciérnagas? Es parecido a lo que siento cuando mi cuerpo se despierta, camina, baila o se derrumba. ¿Te imaginas vivir de ese modo?»