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Reseña

La primera expedición extraterritorial de la novela corta mexicana comienza en esa zona geográficocultural
que va desde la región sureste de México (Tabasco, Chiapas, Campeche y Yucatán) hasta
Panamá, con tres apéndices insulares de lengua española: Cuba, República Dominicana y Puerto
Rico. Si en diversos estadios precolombinos el extremo sur de Mesoamérica vio florecer un
abigarrado mosaico poblacional, la dominación española confirmó los nexos históricos, sociales y
culturales de la región centroamericana que, sin duda, pervivieron mucho más allá del imperialismo
hispánico. Estos nexos se han hecho tangibles en distintas narrativas revisadas hasta ahora; por un
lado, en las referencias a la historia de España y a las familias que poblaron la región americana que
nos atañe, como los avellanedas y portocarreros que aparecen en las leyendas con visos de novela
corta, de Gertrudis Gómez de Avellaneda; por otro, en un estilo costumbrista característico de la
región, tanto por el tipo de léxico empleado en la pintura constante de paisajes agrestes y formas de
habla, predominantemente rurales, como por el peculiar manejo de pausas y elipsis expansivas de la
historia. Otro rasgo se advierte en la representación de la psique y el pensamiento de personajes
procedentes de los sectores bajos y rurales. Así lo ejemplifican Perico del tabasqueño Arcadio
Zentella, El Moto del costarricense Joaquín García Monge y Yuyo del portorriqueño Miguel Meléndez
Muñoz.
Diversos avatares políticos del siglo XIX fragmentaron, recompusieron y finalmente separaron fronteras. Por su posición estratégica en la ruta del Atlántico, Cuba y las islas aledañas
fueron la puerta de entrada y de salida del territorio mexicano y centroamericano hacia Europa; por esto mismo se convirtieron en focos de atención y conflicto entre diversos países, en los que participó también la naciente potencia imperialista: Estados Unidos de América. Lo mismo ocurrió con el Canal de Panamá por su posición estratégica en el cruce interoceánico. Comprensiblemente, al tráfico de mercaderías se sumaron el de ideas, obras, publicaciones, corrientes artísticas y literarias. El diálogo transfronterizo se hace presente, en el conjunto del corpus reunido para la colección, en ciertas recurrencias temáticas, entre las que destacan: 1) el ser y transitar de una cultura moderna, ejemplificada con la obra de Enrique Gómez Carrillo, Del amor, del dolor y del vicio; 2) El contacto entre culturas latinoamericanas con las costumbres modernas y liberales de Europa y Estados Unidos, temática sobresaliente en El problema de Máximo Soto Hall, con la exhibición de la transculturación de caribeños y centroamericanos bajo la influencia norteamericana, trasunto de Sombra de Arturo
Martínez Galindo, en contraste con Una vida en el cine de Alberto Masferrer, historia en que la libertad adquirida por las mujeres en Europa infunde en la protagonista el deseo de liberarse de sus propias cadenas; 3) El carácter alienante de la propia cultura, que ahoga a sujetos de naturalezas altamente transgresoras para su tiempo, feministas y homosexuales, como los de las obras pioneras
de estas representaciones culturales, La muñeca de Carmela Eulate Sanjurjo, notable escritora y erudita puertorriqueña, y El ángel de Sodoma, de Alfonso Hernández Catá; 4) La posible transformación de los procesos biológicos, la cultura, la sociedad y las propias fronteras nacionales, a través del desarrollo de la ciencia, en una de las más logradas novelas de ciencia ficción hispanoamericana, Eugenia (Esbozo de costumbres futuras) de Eduardo Urzaiz, y 5) el flujo transfronterizo de recurrencias temáticas y formales que se advierte en experimentaciones estéticas y en la pluralidad de lenguajes descriptivos de la geografía continental e insular, esbozada en esta apretada síntesis del corpus de la colección, integrado por treinta y seis títulos.
Si todo proyecto editorial es provisional y se circunscribe a circunstancias de financiamiento y metas de producción y divulgación, el realizado para Novelas en la Frontera nos permite adelantar dos cortes historiográficos, delimitados por la temporalidad de escritura y publicación de las obras
aquí seleccionadas: 1) un primer ciclo de innovación formal en la novela corta, fechado entre 1877 (año de la última edición de Dolores, autorizada por Gertrudis Gómez de Avellaneda) y 1963 (Yuyo del portorriqueño Meléndez Muñoz). A lo largo de poco más de ocho décadas, la concepción del género y sus hábitos de lectura implícitos se modificaron para conformar otro estadio de la
modernidad latinoamericana, horizonte que alterará la perspectiva de la historia literaria y cultural, aún explorada de manera fragmentaria, por lo menos desde la perspectiva genérica que nos ocupa, y 2) un segundo periodo, marcado por la continuidad y la ruptura con los cauces temáticos y formales de los autores y obras fundacionales de la geografía de la novela corta transfronteriza. Este segundo corpus se advierte ya hacia mediados del siglo XX en Elisa Rodríguez Chávez (La cárcel de su cuerpo), Lino Novás Calvo (No sé quien soy), Rosario Castellanos (El viudo Román), José Luis González (Historia con irlandeses) y Melba Alfaro (Me morderé la lengua).
No obstante las limitaciones pragmáticas de Novelas en la Frontera, sujeta a dificultades presupuestales y contratiempos para la obtención de algunos derechos autorales, la configuración del corpus no representa un final sino la estancia provisional y la apertura hacia nuevos horizontes de un género transfronterizo —abierto, cambiante y sorprendente— como buena parte de las historias de esta colección.

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