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ISBN 978-607-98038-7-2

Justo Sierra. Glosa a su discurso inaugural de la Universidad Nacional

Autor:Cisneros Farías, Germán
Editorial:Lazcano Garza Editores
Materia:De obras por categorías específicas de autores
Clasificación:Discursos
Público objetivo:Enseñanza universitaria o superior
Publicado:2024-03-07
Número de edición:1
Número de páginas:80
Tamaño:14x21.5cm.
Precio:$150
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

A la Universidad en su vida le levantaron siete Actas. La primera fue de su nacimiento Real, el 21 de septiembre de1551; la segunda está referida a su bautismo (Pontificia) el 7 octubre de 1597; las cuatro restantes fueron Actas de Defunción (por su clausura), levantadas respectivamente en los años 1833, 1857,1861 y 1865; pero también le levantan Acta de resurrección (se reinaugura) y esto fue el 22 de septiembre de 1910, en cuyo magno e histórico evento, Don Justo Sierra Méndez pronunció el Discurso del cual estamos haciendo su glosa.

EL Discurso de Justo Sierra está referido a la inauguración o reinauguración de la Universidad Nacional, pues ésta, aunque fue establecida o inaugurada en septiembre de 1551 con el título de Universidad Real, y en octubre de 1597, con el agregado de Pontificia (Universidad Real y Pontificia de México), sufrió diversos embates políticos que obligaron al cierre de sus instalaciones en diferentes periodos que aquí anotamos.

La Universidad, consumada la Independencia de México, fue el foco de las disputas ideológicas entre el partido liberal y el partido conservador, con el propósito de clausurarla en la perspectiva del partido liberal, y de restablecerla en sus funciones, por el partido conservador.

Efectivamente, fue cerrada o clausurada en 1833, y reabierta en 1834; en septiembre de 1857 fue de nueva cuenta suprimida, pero a su vez en mayo de 1858 se derogó el decreto que la suprimía; en 1861 se dicta su extinción y otra vez es restablecida; finalmente, la última clausura de la Universidad tuvo efecto en el año de 1865, por órdenes del emperador Maximiliano.

En suma, la Universidad de México fue clausurada sucesivamente en 1833, 1857, 1861 y 1865. Semejante destino sufrió la Universidad de Guadalajara pues también fue cerrada en los años 1826, 1855 y 1860.1
Sobre el primer cadáver de la Universidad, en 1833, José María Luis Mora esculpió para ella su epitafio: inútil, y irreformable y perniciosa. “Inútil, decía el Dr. Mora, porque en ella nada se enseñaba, nada se aprendía; porque los exámenes para los grados menores eran de pura forma, y lo de los grados mayores muy costosos y difíciles, capaces de matar a un hombre y no de calificarle; irreformable, porque toda reforma supone las bases del antiguo establecimiento, y siendo las de la Universidad inútiles e inconducentes a su objeto era indispensable hacerlas desaparecer sustituyéndolas otras, supuesto lo cual no se trataba ya de mantener sino el nombre de Universidad, lo que tampoco podía hacerse, porque representando esta palabra en su acepción recibida el conjunto de estatutos de esta antigua institución, serviría de antecedente para reclamarlos en detalle, y uno a uno, como vigentes. La Universidad fue también considerada perniciosa, porque daba lugar a pérdida de tiempo y a la disipación de los estudiantes en los colegios, que so pretexto de hacer cursos, se hallan la mayor parte del día fuera de estos establecimientos”. 2

Pero el cadáver fue resucitado; en vez de un epitafio apocalíptico se escribió una pieza oratoria de singular trascendencia para la educación mexicana. Después de 45 años de estar suprimida la Universidad, se inaugura o reinaugura en septiembre de 1910. En el Discurso de tal evento, del cual estamos haciendo su glosa, Justo Sierra realiza una interesante reflexión a las causas que dieron origen a la clausura de la Universidad de México y, a su vez desarrolla el nuevo ideario, propósito y fin de la Universidad Nacional de México.

Este discurso es considerado por los historiadores y apologistas de la educación mexicana como el más perfecto, no sólo por el contenido y por la forma, sino por la emoción humana y patriótica que lo ilumina.

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