Cenzontle
El campo mexicano sigue vivo e interesante, si bien es cierto que debe abordarse con perspectivas distintas. Mario Calderón lo sabe y actúa en consecuencia.
Los cuentos de Mario no tienen nada de lloriqueante ni de panfletario, sino que contienen dosis de humanidad. El autor se limita a echar a andar sus criaturas por ese mundo desolado y amargo, y somos los lectores quienes nos encargamos de certificar su miseria y ponernos de su lado, conmovidos hasta la médula. Los personajes y las situaciones conmueven porque son auténticos y están llenos de vida, aunque sean, en verdad, lastimeros cadáveres. Uno lee o escucha sus parlamentos y se estruja, se contagia inevitablemente de ese ámbito donde impera el hambre y la desconfianza. Calderón posee un oído envidiable y, con su capacidad para plasmarlo en palabras, consigue plantear la condición humana sin necesidad de recurrir a farragosos discursos. Palabras bien engarzadas nos dicen, si no todo, mucho de esos seres desvalidos.