El espectro de un virus
¿Y por dónde es que corría, el espectro ese del virus, él mismo inmensamente más “viral” que su modelo o su pretexto?
Por la pantalla esa, justamente, que como decíamos es nuestro genio maligno político y mediático, y hasta un poco “filosófico” y, sobre todo, “científico” sí señor pues, como tan atinadamente apunta ahora Giorgio Agamben, la Ciencia —esa especie de substituto, señalaba ya Unamuno un siglo ha, del Espíritu Santo— es prácticamente ya la nueva, pretendidamente incuestionable religión.
Contra semejante esfinge, o contra cada nuevo traje de cada emperador desnudo, no hay mejores armas que esas sencillas preguntas u observaciones, o de niño, como en el simpático cuento de Andersen, o de filósofo, como en los no siempre tan simpáticos, ni tan cándidos diálogos platónicos.
Hay que atreverse a preguntar, y a salir al balcón para mirar, o a la calle misma, si podemos, o al campo, como decía el Juan de Mairena de Antonio Machado. Se trata de abrir el paso a la luz, o a la sinceridad, y de disipar entonces, o de rasgar al menos el embrujo, o el engaño.