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ISBN 978-607-69941-6-0

Ejercicio De Perfección & Virtudes Cristianas
Tratado de la virtud de la humildad & tratado de la mortificación

Autor:Rodriguez, P. Alonso
Editorial:Comunidad Fuego en el Espíritu
Materia:Filosofía y teoría de la religión
Público objetivo:General
Publicado:2025-06-30
Número de edición:1
Número de páginas:278
Tamaño:13.5x21cm.
Precio:$130
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Tratado de la virtud de la Humildad



EJERCICIO DE PERFECCION
Y
VIRTUDES CRISTIANAS
AUTOR
V. PADRE ALFONSO RODRIGUEZ
DE LA COMPAÑÍA DE JESUS


Capítulo I

De la excelencia de la virtud de la humildad y de la necesidad que de ella tenemos.

Aprender de mí, dice Jesucristo nuestro redentor, que soy manso y humilde de corazón y hallaran descanso para sus almas. El bienaventurado San Agustín dice: Toda la vida de Cristo en la tierra fue una enseñanza nuestra y Él fue de todas las virtudes maestro, pero especialmente de la humildad; Cristo quiso particularmente que aprendiéramos de Él, lo cual bastaba para entender que debe ser grande la excelencia de esta virtud, muy grande la necesidad que de ella tenemos pues el hijo de Dios bajo del cielo a la tierra y enseñárnosla y quiso ser particular maestro de ella, no sólo por palabra, sino más particularmente en la obra; Porque toda su vida fue un ejemplo y modelo vivo de humildad.

El glorioso Basilio, va pasando por toda la vida de Cristo, desde su nacimiento, mostrando y ponderando como en todas sus obras nos enseña particularmente esta virtud. Quiso dice, nacer de madre pobre en un pobre portal, en un pobre pesebre, y ser envuelto en unos pobres pañales: quiso ser circuncidado como pecador, huir a Egipto como flaco y ser bautizado entre pecadores y publícanos, como uno de ellos: después en el transcurso de su vida cuando lo quieren honrar y levantar por rey, Él se esconde; y cuando lo quieren enfrentar y deshonrar, entonces se ofrece: Aún los endemoniados, los mando callar; y cuándo lo agreden y dicen injurias, no habla palabra.

Y al fin de su vida, para dejarnos más recomendada esta virtud, como en testamento y última voluntad, la confirmó con aquel tan maravilloso ejemplo de lavar los pies a sus discípulos y con aquella muerte tan dolorosa de la Cruz.

Dice San Bernardo: El hijo de Dios tomando nuestra naturaleza humana, y toda su vida quiso que fuera un modelo de humildad, para enseñarnos por obra lo que nos sabía de enseñar por palabra ¡Maravillosa manera de enseñar! ¿Para qué, señor, tan grande majestad tan humillada? Para que ya de aquí en adelante no haya hombre que se atreva a llenarse de soberbia y engrandecerse sobre la tierra.

Siempre fue locura y atrevimiento engrandecerse el hombre; Particularmente después de que la majestad de Dios se abatió y humilló. Dice el bienaventurado San Bernardo: es intolerable desvergüenza que el gusanillo del hombre quiera ser estimado.

El hijo de Dios, igual al padre, toma forma de siervo y quiere ser humillado y deshonrado: ¡Y yo polvo y ceniza quiero ser estimado!
Con mucha razón dice el redentor del mundo que Él es el maestro de la virtud, y que de Él debemos de aprender; por qué esta virtud de la humildad no la supo enseñar platón, ni Sócrates, Aristóteles.

Tratando de otras virtudes los filósofos gentiles, de la fortaleza, de la templanza, de la justicia, tan lejos estaba de ser humildes, que en aquellas mismas obras, y en todas sus virtudes pretendían ser estimados y dejar memoria de ellos. Bien había un Diógenes y otros tales que se mostraban negados del mundo y de sí mismos en vestidos viles, en pobreza, en abstinencia; pero en eso mismo tenían una gran soberbia, y querían por aquel camino ser mirados, estimados y menospreciaban a los otros, como prudentemente se lo dijo platón a Diógenes. Invitando un día platón a ciertos filósofos, y entre ellos a Diógenes, arreglo muy bello su casa, puso sus alfombras, para tales convidados.

Diógenes comienza con sus pies sucios a caminar en aquellas alfombras. Le dijo platón: ¿qué haces? Estoy caminando en las alfombras dice Diógenes con soberbia. Le respondió Platón muy bien: notando en Diógenes más soberbia por caminar en las alfombras de Platón, que Platón quien era el dueño de las alfombras. No alcanzaron los filósofos el verdadero menosprecio de sí mismos, en qué consiste la humildad cristiana, ni aún por el nombre conocieron esta virtud de la humildad: es esta propia virtud nuestra, enseñada por Cristo.

Y dice San Agustín, que por aquí comenzó aquel soberano sermón del monte: bienaventurados los pobres de espíritu. Dice San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio y otros santos, que se entienden los humildes; por aquí comienza el redentor del mundo su predicación, con esto termina, esto nos enseña toda su vida, humildad esto quiere que aprendamos de Él: dice San Agustín.

No dijo aprendan de mí a fabricar los cielos y tierra: aprendan de mí hacer maravillas y milagros, sanar enfermos, expulsar demonios y resucitar muertos; si no aprendan de mí hacer mansos y humildes de corazón: Mejor es el humilde que sirve a Dios, que el que hace milagros. Este es el camino sencillo y seguro, y ese otro está lleno de tropiezos y peligros.

La necesidad que tenemos de esta virtud de la humildad es tan grande, que sin ella no hay que dar paso en la vida espiritual. Dice San Agustín, es necesario que todas las obras vayan muy acompañadas de humildad, al principio, al medio y al fin; porque si poco nos descuidamos y dejamos entrar la vana complacencia, todo se lo llevará el viento de la soberbia.

Y poco se aprovechará aún que la obra sea muy buena, antes ahí habíamos de temer más el vicio de la soberbia y vanagloria: Por qué los demás vicios, dice San Agustín, son acerca de pecados y cosas malas, la envidia, la ira, la lujuria: y así consigo se traen su mal, para que nos guardemos de ellos; pero la soberbia está tras las buenas obras para destruirlas: Iba el hombre navegando prósperamente puesto su corazón en el cielo, porque le había interesado al principio lo que hacía por Dios, y de repente viene un viento de vanidad, y da con él en una roca, deseando agradar a los hombres y ser estimado po ellos; y así dice muy bien San Gregorio y San Bernardo: El que quiere llegar a tener virtudes sin humildad, es como el que lleva un poco de polvo o ceniza en contra al viento, que todo se derrama y se lo lleva el viento.









Tratado de la
Mortificación


EJERCICIO DE PERFECCION
Y
VIRTUDES CRISTIANAS
AUTOR
V. PADRE ALFONSO RODRIGUEZ
DE LA COMPAÑÍA DE JESUS





Capítulo I

Es necesario unir la mortificación con la oración y que estas dos cosas se han de ayudar la una a la otra.


Buena es la oración con ayuno (Tob 12,8). Bueno es unir la oración con el ayuno dijo al Ángel Rafael a Tobías cuándo se le apareció.
Por nombre de ayuno entienden comúnmente los santos todo género de penitencia y mortificación de la carne. Estas dos cosas mortificación y oración, son dos medios de los principales que tenemos para nuestro aprovechamiento, los cuales conviene que anden juntos y acompañados el uno con el otro. El bienaventurado San Bernardo sobre aquellas palabras de los cantares:

¿Quién es ese que viene majestuosamente desde el desierto como una nube de humo? ¿Quién es el que viene perfumado con mirra e incienso y todo tipo de especias? (cant. 3,6)
Dice que estas dos cosas la mirra y el incienso, por las cuales sean representadas por la mortificación y la oración, nos han de acompañar siempre, y nos han de hacer subir a lo alto de la perfección, y dar buen olor de nosotros Dios, y que la una sin la otra poco o nada aprovecha; por qué si uno trata de mortificar la carne, Y no hace oración, será soberbio, y a ese se le podrá decir aquello del profeta: No agradan a Dios esos sacrificios de carne y sangre Solamente. Y si uno se diera la oración, se le olvidará la mortificación, oirá lo que dice Jesucristo en el evangelio: ¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, ¿y no hacen lo que les digo”? (Lc 6,46).

Y aquello del sabio: El que aparta su oído para no oír la Ley, su misma oración es objeto de maldición (Prov 28, 9)
No agradará a Dios tu oración si no pones por obra su voluntad.
San Agustín
Dice San Agustín que así como en el templo que edificó Salomón, hizo dos altares, uno afuera donde se mataban los animales que habían de sacrificar, otro dentro donde se ofrecía el incienso, compuesto de diversas plantas aromáticas; así también ha de haber en nosotros dos altares, uno allá dentro en el corazón donde se ofrezca el incienso de la oración, conforme a aquello de S. Mateo: Mas tú, cuando ores, entra en tu cuarto, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará (Mt 6,6), otro acá en el cuerpo, que ha de ser mortificación, de una manera que siempre han de caminar juntas y hermanadas estas dos cosas, y la una a de ayudar a la otra, porque la mortificación es disposición necesaria para la oración, y la oración es medio para alcanzar la perfecta mortificación.

Cuanto a lo primero, que la mortificación sea disposición y medio necesario para la oración, todos los santos y maestros de la vida espiritual lo enseñan, y dicen que así como en un pergamino no se puede escribir si no está muy bien gastado y quietado de la carne, así si nuestra alma no está desarraigada de las aficiones que nacen de la carne, no está dispuesta para que el Señor escriba e imprima en ella su sabiduría y dones divinos: ¿A quién enseñara Dios su sabiduría, dice el profeta Isaías 28,9 y a quien dará oídos y entendimiento para entender sus misterios? A los destetados de la leche y a los apartados de los pechos: quiere decir, a los que por su amor se apartaran y desterraran de los placeres del mundo, y de los apetitos y deseos de la carne.

Quiere Dios quietud y reposo para entrar en nuestro corazón, y que haya mucha paz y quietud en nuestra alma: salmo 75,3. Esto entendieron los filósofos gentiles; porque todos confiesan que nuestra alma se hace sabia cuando esta quieta y sosegada, que es cuando las pasiones y apetitos sensuales están mortificados y quietos; porque este tiempo no hay pasiones impetuosas que con sus desordenados movimientos perturban la paz del ánimo, y siguen los ojos de la razón, como lo hacen las pasiones cuando están alteradas, que esto es propio de la pasión, segar la razón, y disminuir la libertad de nuestro albedrio, como se ve en un hombre enojado, que la ira le hace perder el juicio y parece furioso y frenético.



































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