Las fiestas de día de muertos
Carteles & calaveras
Los moradores del inframundo o Mictlán, y de los otros niveles celestes, eran convocados dos veces al año, la primera vez se les permitía regresar al mundo en una incursión vertiginosa e insípida por la misma premura. La segunda ocasión era solemne y con mayor duración. Cada muerto podía y debía buscar a sus familiares, quienes para recibirlo dignamente le habían preparado una gran recepción como era obligado y desde entonces así nos acostumbraron: con un banquete especial;
pues los mexicanos, a la menor provocación ya estamos invitando a comer, inclusive a gente que acabamos de conocer, cuanto más a nuestros ancestros.
La primera fiesta se le decía Miccailhuitontli (pequeña fiesta de los muertos), y a la mayor: Huey Miccailhuitl (fiesta grande de los muertos). Para evitar que los espíritus deslumbrados perdieran la brújula al arribar al mundo de los vivos, se les facilitaba la ruta colocando una señal a base de pétalos de flores muy llamativas y olorosas, llamadas cempoalxóchitl (Hoy cempaxúchitl) desmenuzadas y puestas por los propios parientes cercanos para impregnarles el olor familiar, pues si en esto se entrometían ajenos, podía no reconocer el camino y perderse sin disfrutar la visita. La línea de pétalos floridos se iniciaba en el sitio en que estaba preparado el regio agasajo y llegaba hasta la calle o camino.
Los difuntos iban llegando y se les recibía con música de teponaztle y huéhuetl, de flautas y ocarinas. El ronco sonido de los caracoles anunciaba, desde los teocalis, que era ya el tiempo de arribo de los parientes al lugar de los vivos. La casa se arreglaba de manera especial, exageradamente limpia, barrida y regada. Muy importante era colocar hojas de pino –ocoxale– que eran esparcidas por la habitación, para perfumar y refrescar el ambiente. Sobre un tlacuilopétlatl (Petate de diseños variados) nuevo, se armaba una enramada de ácatl o carrizos o de ramas de ócotl pino, que daban la apariencia de la entrada a una gruta muy agradable que simulaba el Mictlán. Aprovechando el arco se colgaban tamales diversos –la gama de tamales es cuasi infinita en nuestro país– no podían faltar las flores, principalmente el cempoalxóchitl y el yauhtli (pericón), la rojísima xochihuauhtli (flor de amaranto) y otras muchas, dado que vivimos en un país florido, lo que permitía una hermosa apariencia del conjunto. Sobre el petate a manera de mantel, en policromados cajetes había todas las frutas, principalmente las más olorosas como el xalocócotl (guayaba), el tlilzápotl (Zapote negro) capulín, xicámatl, zacualzápotl (chirimoya), texócotl, xócotl (ciruela chupandilla), tetzápotl (mamey) papayatl y muchas otras que relucían y aromatizaban la estancia.