Reseña

En un relato introspectivo y lacerante, Testamento de un hombre solo revela el descenso de Julián –quien se oculta tras el seudónimo “El Perito de las Sombras”– hacia un abismo de culpas, placeres corrompidos y recuerdos negados. A través de un monólogo que se confunde con confesión y juicio, el narrador reconstruye una vida marcada por humillaciones tempranas, arrogancia vengativa y un hedonismo que transforma el sexo en vía de escape y condena.

La narrativa lo arrastra desde su infancia herida hasta los burdeles sórdidos de “La Huerta” y las casas de cita de la calle Londres 7, escenarios de una existencia vacía, donde la muerte de Marcia Albores –prima y bailarina de go-go– y la aparición de cuerpos emparedados presagian su destino. En ese mundo de mujeres sin nombre, Víctor Ríos y el fantasma de un ex-policía corrupto, Vega-Gil, se convierten en piezas de un engranaje de crimen, silencio y memoria rota.

La confrontación definitiva surge cuando Vega-Gil, convertido en inquisidor y sombra de la culpa, lo obliga a enfrentar expedientes de mujeres desaparecidas y vestigios de Norma, víctima y testigo del olvido impuesto por Julián. Este viaje culmina en una caverna subterránea –una catedral de condenas– donde Darío, su amigo y testigo final, preside un juicio infernal. Rodeado por espectros de mujeres que manipuló o destruyó, Julián es sentenciado a revivir cada instante de su degradación, encadenado por palabras que son cicatrices y prisión.

El súcubo que inventó para no morir solo se convierte en su último guardián. Así, Julián escribe su testamento con “sangre ajena”, una obra donde la culpa se confunde con arte y la soledad con destino. En este universo opresivo, cada recuerdo es un látigo, cada nombre una lápida, y cada línea escrita, una cadena más de su perpetuo encierro.