Anfiteatro Las Coronitas
Un mediodía cualquiera, en nuestra agitada vida de reporteros, recibí la llamada del compa Zaquita, como le decimos a Zacarías Cervantes. Un tanto desesperado me dijo: “oye carnal, ando bien crudo, no me la curas”. “Traigo como cien o tal vez 120 pesos, yo creo que nos alcanza para tres” dos para él, y una para mí, pensé. Quedamos de vernos en Las Coronitas. Llegamos, y nos sentamos en la mesa, que por muchos años fue nuestra, los cantineros la bautizaron como “la mesa de los reporteros”.
Prevenido, como siempre, el Zaquita se percató que no nos iba alcanzar: “Carnal, no conoces a nadie?” “Sí, allá al fondo, hay unos profes, de la CETEG”. En ese momento pensé que podría pedir un préstamo. Pero opté por alzar mi “coronita” y gritar: ¡Salud compas!, y respondieron a coro: ¡Salud! Habrían pasado algunos minutos, y no recuerdo, si le pedimos al mesero o a don Robert -dueño de Las Coronitas (+)- la cuenta, cuando llega el cantinero con una ronda de cervezas. Entre risas le comenté al Zaquita: “mira, la Divina Providencia nos ayudó”. Lo cierto es que la receta se repitió como tres o cuatro veces, y pues como ya me sentía medio entrado le dije al Zaquita: “Ya vámonos carnal, hay que redactar”. Salimos sonrientes, y satisfechos de Las Coronitas y desde entonces, sobre todo los fines de quincena, me quedó la costumbre de cuando entramos a un bar o una cantina, saludamos a los parroquianos esperando encontrar a una mano saludadora.