Reseña

Antonio Carrillo mi hermano me asignó el padrinazgo de estas palabras y las ilustraciones; volver a ilustrar después de tantos años, significó echar a correr la madeja de hilo para que saliera el minotauro dormido a destazar viejos miedos, desempolvar viejos sueños: publicar. Vertiginoso Vals es un tesoro lírico popular cuya riqueza se calibra en el gracejo con que su autor teje todos los temas mundanos y existenciales que aborda. La presencia de la voz genuina del escritor es fuerte en cada estructura, en cada métrica, en cada manera de ver, entender y plasmar su vida, que, por momentos, a veces como espejo, refleja y se asemeja bastante a la nuestra. No hubo mejor forma de hacerlo que evocando la pura fiesta que es en sí el Vals; porque Carrillo, además de viajero, cafetero, Onironauta, siempre ha sido un escritor “risa siempre y nunca llanto”.
Como buenas dosis almacenadas en frascos pequeños, Carrillo transmite en la propia sofisticación de la simpleza, el desparpajo arrabalero más exquisito. Despojados de toda narrativa barroca o santurrona que oscurezca su mensaje de manera ininteligible, y los priven del ritmo de las composiciones populares que viajan y permanecen vivas en la tradición oral; ritmo socarrón, de jolgorio campesino, fiestas en los que las controversias entre rivales se resolvían desenvainando el verso cantado.
Emulando este mismo compás, el Vertiginoso Vals de Carrillo articula una selección de las cosas que ha cargado, vivido, sentido, gozado y aprendido en su todavía joven travesía vital. Este monólogo poético se sirve como los buenos tacos, con todo. Lenguaje de adultos, violencia, sexo y doble sentido; comales, chorizos, soledad, la historia, los héroes y los ex, el fuego y los pecados, las nubes y Mexicana de aviación, Shein y el monasterio, cóncavo y convexo, y mucho más. Por momentos sus poemínimos, casi kafkianos, tienen la propiedad de transformarse en epitafio, en refranes, en manual para dar respuestas interesantes en situaciones controversiales y sobre todo maritales, en puro albur o en una tórrida declaración de amor o de derechos humanos. Es un ejercicio para reírnos de nosotros mismos, frente al espejo; son —de manera metafórica—, como el antídoto para espantar la modorra cada mañana en que despertamos con la más estética cara de mierda, y darle duro al día que nos espera.
Dr. Adonis Sánchez Cervera