Corazón de agua
Lolita la maestra y otras historias
Hasta sacar el surco
—Nosotros tenemos algo —comentó Lucio (Cabañas), mordiendo un pedazo
de corteza—. Tenemos muchos años de trabajo haciendo pueblo.
Carlos Montemayor*
Corazón de agua. Lolita la maestra y otras historias.
Una vez más Wilivaldo Rojas Arellano nos ofrece un nuevo libro, él le llama de microhistorias, que a su vez corresponden a géneros híbridos, como en alguna ocasión Alfonso Reyes calificó a una literatura de diversas estructuras. En este caso de nuestro autor es de señalarse como rasgo distintivo, antes que nada, la forma de decir y el cómo se expresa, dando como resultado una serie de crónicas que están apegadas al tiempo real histórico, pero también responde a una forma de periodismo de investigación; entrevistas y comentarios que va acotando al margen. De lo que sí estamos plenamente seguros es de que hay un comprometido esfuerzo por recuperar la memoria de los pueblos guerrerenses y de no perder esa voz de autenticidad y originalidad, en donde él como autor forma parte de esas voces, pero también da la voz a los personajes, que no sólo entrevista sino que son protagonistas de las historias que cuenta, son además todos los personajes reales, testigos de la vida histórica y de la vida cotidiana, conviven en el mismo territorio que se habita; además desde una perspectiva, sesgada sí, desde la ideología de los pueblos oprimidos, olvidados y pobres que han ido saliendo de ese abandono y que narrativas como la de Rojas, permiten que se pueda visibilizar un mundo, a veces idealizado, pero las más de las veces, simplemente ignorado.
Cada región, cada paisaje, cada grupo humano que conservan sus usos y costumbres y sobre todo, sus propios saberes y sus propios “aconteceres”, Rojas Arellano los describe y los dignifica con esa peculiaridad de recuperar el habla popular, de recuperar el espíritu de toda una región y de reivindicar a esas posibles heroínas y héroes anónimos que también forman parte de la vida, en este caso de Guerrero. Y más que nada, nuestro autor lo que hace es recrear y dar “santo y seña” de lo que fue la historia, pero también nos hace referencia y reporta los cambios, avances y transformaciones a través del tiempo.
La literatura es una sola, desde donde se vea, es esta forma única de contar que consolida un estilo, este estilo híbrido, sazonado desde el corazón de lo popular, hace de los libros de Wilivaldo Rojas obras también, originales y únicas. No hay pretensiones académicas ni preciosismos estéticos, pero sí hay verdad, emoción y compromiso, valores que rebasan cuales quieran de otras expectativas superfluas de hacerse un nombre literario. Lo importante aquí es la mirada a un mundo que los demás ignoramos, un mundo que se acaba y otro que se genera con la “ayuda memoria” de la escritura.
Al final del día somos lenguaje y memoria, somos recuerdo vivo de nuestros antepasados, que en esta oportunidad rescatan valores tan importantes como la vocación magisterial; las precarias condiciones de los maestros y estudiantes rurales; las luchas sociales a las que se tuvieron que enfrentar, a la pobreza y al abuso de los poderosos, que pasan por alto la vida y la entrega de esos seres de carne y hueso que han dado todo por la comunidad a la que pertenecen.
Hablar de lo que los otros no saben o de lo que otros callan, darle sentido a una vida que en el olvido, nadie puede valorar, eso es lo que podemos encontrar en estas historias que van creando su camino al ser evocadas, que van siendo reales en la medida en la que la escritura las revela. Como una fotografía que surge de la oscuridad, historias de una tierra sin voz, pero que en la pluma de Rojas, no sólo adquieren voz sino también adquieren luz, una luz que, sin duda, permite seguir “hasta sacar el surco…” es decir, ir más allá y colocar la realidad cotidiana en el mapa de la realidad histórica, de una región, de una zona de nuestro México, de nuestro México profundo.
Del prólogo de Frida Varinia
*De la novela Guerra en el Paraíso, de Carlos Montemayor, pág. 226, Editorial Diana, 1991.