Reseña

“Tengo 23 años y creo que el mundo tiene mi misma edad”, escribió Carlos Pellicer a un amigo. Ricardo Guerra de la Peña hace el mismo descubrimiento, pero a diferencia del poeta tabasqueño no encuentra un paisaje digno de celebración. El santo del crack reúne crónicas donde el aprendizaje y los ritos de paso de la juventud llevan a la incertidumbre. Con mirada precisa y agilidad estilística, el narrador explora los misterios de su familia, la ambivalencia sexual, la tentación del suicidio y las razones que lo acercan a los paraísos tóxicos. El tránsito de la juventud a la vida adulta es descrito con irónico desencanto.

A contrapelo del periodismo selfie, que coloca al narrador en el centro del mundo, El santo del crack utiliza la primera persona para compartir las debilidades del autor. Esa fragilidad es su fortaleza. Nadie describe mejor el entorno que quien convierte sus desajustes en una original perspectiva. En estas crónicas el nerviosismo es un brillante recurso literario.

El santo del crack demuestra que no hay mejor ansiolítico para la realidad que la escritura.

Juan Villoro