La clandestinidad anarquista
De la Comuna de París a la Mano Negra (1871-1883)
Este libro muestra las circunstancias en las que el anarquismo se dotó no solo de los instrumentos necesarios para desarrollarse y crecer a la luz pública, sino a la vez, de aquellos medios imprescindibles para protegerse de los frecuentes y severos intentos desde el poder y sus aliados por impedir sus avances. Así, el énfasis de estas páginas recaerá en explicar cómo, pese a dificultades y vaivenes, desde sus inicios en 1868, durante el llamado Sexenio Revolucionario o Sexenio Democrático, se diseñaron los mecanismos que permitieron que a partir de 1870 el movimiento creciera a plena luz, pero atento también, si fuera necesario, para hacerlo en secreto, en las sombras, en caso de eventuales persecuciones por los gobiernos en turno.
La finalidad de estas páginas es dirigir la mirada a la clandestinidad, que el primer anarquismo español contempló desde sus inicios como un repliegue táctico para sobrevivir en caso de ser perseguido y a la que más de una vez recurrió en momentos de coerción, pero que ha sido poco estudiada por la historiografía. Si en el caso español no nos adentráramos en esos años y nos quedáramos solo en los de la vida pública o semipública del movimiento, de 1870 a 1873, y, luego, a partir de 1881, omitiríamos largos y significativos momentos de radicalización discursiva y doctrinaria, así como de reorganización y de originales prácticas secretas de los grupos clandestinos. Esto sería especialmente cierto en las regiones agrarias, como las andaluzas, donde el asociacionismo rural se veía duramente perseguido, lo cual contrastaba con las posibilidades de resistencia en las zonas urbanas, manufactureras e industriales, donde las asociaciones lograban mantenerse organizadas públicamente bajo una apariencia meramente obrerista, mutualista, cooperativista u otra. No obstante la persecución generalizada, en el mundo rural esas células lograron mantener vivo el anarquismo durante casi ocho años, de tal modo que, al volver a la luz pública, sus militantes pudieron reorganizarse en la Unión de Trabajadores del Campo, que formaba parte de una nueva y vigorosa Federación de Trabajadores de la Región Española. Esta abrazaba al proletariado rural del Sur, que en 1881 ingresaba con dinamismo inesperado a la vida pública y combativa peninsular. Por todo lo anterior, la represión de 1883 contra los anarquistas gaditanos no puede entenderse al margen de esa larga historia oculta como lo han hecho hasta ahora la mayoría de los historiadores. La llamada Mano Negra no fue un fenómeno de 1883, sino un pretexto tomado del pasado y elaborado para reprimir la huelga agraria planeada para esa primavera y propinar un severo golpe a la pujante Federación anarquista. Pretender dilucidar su existencia, basándose solo en las noticias del momento y adoptando un lenguaje descalificador, empobrece la comprensión del complejo y plural proceso por el cual transitaron los anarquistas españoles del campo y la ciudad. En España, este tránsito se produjo primero en la semioscuridad, entre la Comuna de París y la Primera República, y luego, desde finales de la Primera República hasta el comienzo del siguiente decenio, durante largos y difíciles períodos de clandestinidad, y, finalmente, a partir de 1881, en una nueva legalidad desbaratada por una nueva e implacable persecución, so pretexto de la Mano Negra.