Reseña

En El bar más cercano se dan cita los perdedores que, aún con la derrota en su espalda, siguen brindando por los amores perdidos, por las mujeres que dan patria y abrigo, por los trabajos miserables que intentan arrancar la poesía, y justo ahí, en la fiebre incierta del “Dios dirá” está la tregua, la venganza solitaria, la llama que sigue brillando en el espejo, la sonrisa etílica que delata la fe como corona de la redención y echa fuera la culpa y el miedo.
En la escritura de Javier Dorantes está la efervescencia de la sinceridad y el amor a la literatura, recrea –sin temor ni tibieza– las emociones más íntimas y nos comparte su corazón de pájaro herido, a punto de morir, pero siempre resucitado en el cenit de la esperanza.
Allá, en el brillo de la memoria y la ficción, está el niño humillado, el padre de familia con las sudoraciones de la sobrevivencia, la defensa estoica ante la mujer que lo abofetea con los reproches de no ser suficiente, el borrachín que aún se cae bien, el ensueño de la estrella de rock and roll y la apuesta radical ante la vida, la vida ya sentenciada por la muerte, la vida feroz y traicionera, la vida que, con todo y todo, en la cima de la montaña cada uno de los personajes promete amar.
En esta obra no hay miedo a las palabras, ni a lo humano, está inscrita la fidelidad al amor; es el homenaje del hombre, muy hombre, que en su fragilidad promete llegar hasta el final, de nunca abandonar. En este libro los labios del poeta devuelven belleza y ternura «a la mujer con vientre de niña herida a la que Draf prometió amar…»
«¡Que escriban los abandonados, los solitarios y los tontos! Sería una idiotez preferir al arte sobre el amor». Javier Dorantes así reclama el derecho del amor, de los pasos bien dados y rematados, de las apuestas perdidas y, al final, siempre ganadas porque en ellas está la raíz de la sabiduría.
Primero vivir, vivir, vivir y si acaso el fuego de la vida lo permite, narrar como eco sagrado aquello que los solitarios, los abandonados y los tontos, como testimonio heroico de haber cruzado el umbral, pueden cantar.