Nada hay que cante bajo el agua
Nada hay que cante bajo el agua, de Sergio H. García, aborda con gran sensibilidad y crudeza la tragedia del desbordamiento de un río, así como la devastación física de un pueblo y la emocional de un hombre —la voz poética en pluralidad—, quien observa, saca del lodo cuerpos, emerge la vida de los objetos para darles a los cadáveres la dignidad de la memoria. El llanto es mar (“Tengo lágrimas guardadas y un océano listo para ahogar al mundo que se me escurre por el rostro”), pero no inmoviliza, el poeta ora por lo muerto y canta la posibilidad de la resurrección mediante la mirada y el acto de nombrar. El libro, dividido en tres partes, los tres cursos de un río, nos conmueve, nos llega hasta los huesos y nos sitúa en esa quietud pesada porque, como nos dice Sergio: “nada hay que cante bajo el agua”, aunque podamos pensar en que la voz del dolor no es fácil de acallar. El tono melancólico deja ver una sensibilidad hacia lo efímero y la fragilidad humana. Las palabras fluyen sutiles, la belleza se crea en la mirada y nos llega con una extraña forma de esperanza: la de sabernos él y nosotros los lectores, vivos.
Astrid Velasco